viernes, 3 de agosto de 2007

Un entrañable fanático

El registro histórico está lleno de excelsos artistas cuya obra admiramos pero cuya personalidad adivinamos detestable (en algunos casos no es ni siquiera una adivinanza, si hemos tenido la desdicha de tratarlos).

Y el ser humano es tan complejo que con algunos grandes hombres compartimos los principios y las ideas, pero no quisiéramos tener que compartir una comida o una jornada de viaje.

Por el contrario, también puede uno tropezar con personas excelentes, amigos por los que se siente el más vivo afecto y con quienes se cuenta en la adversidad hasta la muerte, cuyas creencias nos parecen absurdas o cuyas fidelidades políticas nos resultan odiosas o incomprensibles.

Si no entienden de qué les hablo, por favor: dejen de leerme, vayan a vivir unos cuantos años más y después regresen si les apetece, pero ya con más experiencia.

De acuerdo, podemos sentir simpatía por un amable bribón o admiración por una persona compasiva, aunque su fe nos resulte demasiado estrecha. Pero vayamos al "más difícil todavía", como se proclamaba en los circos de antaño: ¿es factible sentir aprecio, humano y hasta intelectual, por un fanático? Ante tan grande reto, se queda uno -si ese uno es un escéptico metódico e incurable, claro- en suspenso. Finalmente me atrevo a responder con la afirmativa… ¡mal que mañana me pese!

El último 3 de noviembre se cumplieron los 150 años del nacimiento de Marcelino Menéndez y Pelayo, el destacado erudito santanderino. De que fue no sólo un católico a machamartillo y lo que ahora llamamos un "integrista", sino un verdadero fanático en la defensa de la ortodoxia, caben pocas dudas.

Cuando se refiere a la Constitución de 1876, que introduce tímidamente en la intransigente España algo parecido a la tolerancia religiosa, don Marcelino fulmina que fue una decisión tomada "por voluntad de los legisladores y contra la voluntad del país". Probablemente tenía razón, ay.

Su obra principal, en tres volúmenes voluminosos (perdón por el énfasis) se llama intimidatoriamente: "Historia de los heterodoxos españoles". Y es el minucioso catálogo de cuantos en nuestras tierras osaron alzar su voz o sus objeciones contra alguna doctrina de la Santa Madre Iglesia.

¿Puede imaginarse proyecto más feroz y exterminatorio?

Sin embargo… Don Marcelino amaba los libros. Y amar los libros y la lectura es apostar -¡también fanáticamente!- por la comunicación convulsa del alma humana.

En su obra, inmensamente erudita y elocuente, tiene la suprema honradez de tratar con delicada precisión a cada hereje, a cada disidente: gran parte de ellos yacerían hoy en el olvido si no hubiera sido por su esfuerzo. Si los hubiera cogido vivos, puede que los hubiese llevado a la hoguera; pero los encontró convertidos en libros y referencias bibliográficas, así que prefirió salvarlos para siempre en su libro de libros. En el fondo, quizá sentía hacia ellos cierta debilidad culpable: el placer que le había causado su lectura y que él pretendió purgar combatiéndolos ideológicamente… pero después de paladearlos.

Dicen que las últimas palabras del estudioso fueron éstas: "¡Qué lástima morirse, cuando aún queda tanto por leer!".

A juicio del propio Menéndez y Pelayo, su obra más importante fue precisamente su biblioteca. Aún puede visitarse y utilizarse en la vieja casona familiar de Santander, admirablemente conservada y amorosamente guardada: merece la visita.

En cuanto a la estatua del gran hombre, inolvidable para quien la ha visto una sola vez, está a la entrada de la Biblioteca Nacional, en Madrid. Por obtuso sectarismo ideológico, se ha pensado en retirarla de su lugar privilegiado y relegarla a algún foro menos ostensible.

¡Que nadie se atreva a tocarla! No es de derechas ni de izquierdas, sino una aparición casi sobrenatural y digna de todos los miramientos: la efigie de un español captado no a caballo, no arengando a las masas, sino en el trance insólito y feliz de leer un libro.

Por Fernando Savater para Diario Los Andes

17 comentarios:

Ginger dijo...

Toda la teoría del comienzo se me hace carne al final: justamente, a mí que Savater no me gusta ni medio, me parece muy brillante lo que dice. En fin.

elerlich dijo...

Cuenta una anécdota de Mitre que, ávido lector, era famoso por tener una biblioteca grande, y por jamás devolver los libros que le habían prestado. Razón por la cual jamás prestaba ninguno de los suyos. De modo que si alguien manifestaba interés en alguna lectura de tamaña biblioteca, Mitre le contestaba "Cómo no. Lléguese mañana por la tarde y quédese a leerlo todo el tiempo que precise." Cuando el invitado llegaba a la casa, el criado lo conducía a la biblioteca, donde el anfitrión había mandado que lo esperara servido el té junto a un cómodo sillón de lectura.

Eso sí: el libro de acá no sale.

Anónimo dijo...

Ginger: Vas bien, en cualquier momento se te hace carne el "Maestro de América". Y se esperar.

Anónimo dijo...

A mí mi abuelo me enseñó que hay dos clases de boludos:
Los que prestan libros y los que los devuelven...

elerlich dijo...

Ya ves que Mitre no era ningún boludo.

Anónimo dijo...

Los libros están tan caros que no queda otra que recurrir al "olvido" para armarse una buena biblioteca, es triste pero es un hecho.

Anónimo dijo...

Yo soy flor de boludo, aunque en realidad sería a medias porque suelo intercambiar libros con amigos.

Laura Palisa dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Laura Palisa dijo...

Fanáticos eran los de antes!(?)




(buenísimo)

Torombolo dijo...

Ya me parecia que el texo era demasiado bueno para ser tuyo

Weltklang dijo...

Hay que asociarse a la biblioteca, pedir 2 o 3 y el 4to, te lo afanás redondemente. Con la cantidad de bibliotecas que hay en al ciudad autonoma, en un añito te armás flor de biblioteca.

slds
W

Ginger dijo...

Yo presto libros. Pero anoto a quién se lo dí y la fecha. Pasados tres meses, los empiezo a reclamar. Y muy raro que pida prestados, cuando uno me gusta, en general me lo compro. (Digo, por eso que dice el tipo que soy boluda)

Torombolo dijo...

En la bibiloteca de un amigo de viejo tenia una cartel que razaba
"Los libros no se prestan esta biblioteca fue hecha asi"

Anónimo dijo...

Ya estamos... préndanle velitas! no tienen para que leerlos, si los leen o no la actitud es la misma:Todo lo escrito es sagrado. Uf! que lata.

Apoyo, a Gin, a mi Savater tampoco,me gusta demasiado pero el final es muy bueno.

Menendez Pelayo es orígen de otros filólogos, como Menéndez Pidal(pero gruyo,ya sé...), sin los cuales no tendríamos la cantidad de material organizado que se tiene y eso para mi, es el mejor aporte, la escuela que dejan detrás, ergo: la generosidad con respecto a su saber.

Y a decir verdad, yo tampoco prestaría sus obras si las tuviera... pero una se conforma con la salvaje biblioteca universitaria de aquí al lado y así me queda espacio pa' una cama de alojados.

ps.
Ay! como me falta Vázquez Montalbán!

Anónimo dijo...

¿es factible sentir aprecio, humano y hasta intelectual, por un fanático? Pregunta SAvater.

Yo digo que si, que es factible.

PD: El artículo es algo viejo, la estatua no fué movida, las autoridades "Progres" de la biblioteca, consiguieron la gran excusa, de la fragilidad del material de la estatua, para no sacarla, pero tampoco reconocer el aporte de Marcelino. De todos modos, la estatua sigue allì, en donde debe estar.

elerlich dijo...

Para mí que Torombolo borra los cookies y entra varias veces sólo a darle al Windows Vista.

Anónimo dijo...

No, ese soy yo :)